8.5.06

Ediciones El billar de Lucrecia


Da gusto ver que la poesía se hace empresa y Ediciones El billar de Lucrecia tiene dos títulos (bastante originales) que ofrecer a quienes encuentran la realidad fuera de donde el poder (bastante necio) la ha colocado.

Les dejo la reseña del Frontera, sobre uno de sus títulos.

Hatuchay
Por muchos años, leer poesía escrita en otras latitudes del continente americano ha nutrido identidades y despertado la conciencia crítica del resto. El Billar de Lucrecia, flamante editorial mexicana dirigida por Rocío Cerón, se ocupa de acercar la buena poesía sudamericana al tumulto nacional en que se repiten voces uniformes y apáticas a los sucesos sociales más profundos y constantes.

De origen argentino, el escritor Santiago Vega encontró de un personaje para firmar sus obras. En Hatuchay (Ediciones El Billar de Lucrecia, 2005) Washington Cucurto (el pseudónimo) transparenta los sonidos de denuncia provenientes de la vida de un barrio peruano. Los ritmos en sus poemas evocan las canciones de la sangre americana dentro de los cuerpos ocupados en tareas industriales-mercantiles.


El barrio del Once

La eficaz poesía de Vega permite transitar el barrio pobre y violento en que reside Washington Cucurto y aprender del inventario de personajes referidos (la ucraniana, la croata, las limeñas) que la pobreza y la belleza también se hermanan. Como otros barrios que viven del comercio y la estafa, el del Once se transforma de repente: "Al caer los inspectores la tarde sea cae a pedazos como cascarones de pintura seca de una pared vieja".

La presencia de vendedores ("ofertantes de porcelana, gritones de estilo superpasado") reconstruye el griterío y los colores del mercado callejero, sin faltar el comercio del sexo, por cuya ganancia algunas muchachas esperan el día en que puedan, al menos, ir de paseo.

La religión, elemento intrínseco a los barrios, se cuestiona desde la autobiografía (el bautismo del propio hijo) y la predicación evangélica, llegando a exclamar con humor y enfado: "¡Hagan arroz con leche con el papel de sus Biblias!" Hablar de religión en el poema denuncia que la Casa del Señor se ha vuelto una cancha de juego y mesa de linchamientos para otros.

La violencia
La anécdota necrológica urbana expresa la conciencia de estar dentro del barrio. El poeta insiste "Este es el barrio de la Mortandad Nacional" para aludir a la gravedad política de la convivencia económica. La violencia, a su vez, se vuelve constructiva de la sensatez de la mujer que la reconoce por encima de su lindeza:

"Estas turulas de los locales vecinos/me envidian mi tonta belleza/artificial de aro y hojalatería/preciosura que acá, entre tantas luces y guirnaldas, es como la de un renacuajo".

La violencia rebasa la libertad personal de los pobladores del barrio: "Si me voy, me moriría", aun cuando la libertad se expande en otro modo: "Todos los colores, todos los modelos, todos los tamaños" gritan los vendedores para ofrecer lo imposible a través de las marcas comerciales que son su ofrenda.

El libro de poemas no convence de nada. Son sus personajes (revividos en palabras) los que reiteran su sentencia: "Los vendedores tenemos la palabra".

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