18.12.06

La vida sin animales

¿Cómo excluir de la tierra a los animales? No es una pregunta que se haga abiertamente, pero sí una idea incubada por el ser humano en su afán (consciente o inconsciente) de restringir la diversidad. El relato de Amós Oz, De repente en lo profundo del bosque (Siruela/F.C.E., 2006), bien puede ser una parénesis o una invitación a recuperar la conciencia sobre los otros, al menos, a adquirir la sabia costumbre de reconocer la realidad tal cual es.

Por los extraños sucesos con que inicia, el cuento (traducción perteneciente a la colección "A través del espejo") puede considerarse de tipo fantástico, hasta que sus personajes poco estereotipados dan realismo a la trama desarrollada en un pueblo sin animales. Al comienzo se narra cómo la maestra del lugar, Emanuella, causa risas de un alumnado reacio a creer en la existencia de los animales. "Raptados" años antes por un hombre del bosque, los residentes del pueblo prefirieron olvidarlos y señalar como "raros" a quienes intentaban descubrir su presencia en los sueños, la imaginación o el bosque. Con cierta influencia mística, el relato (que en ocasiones suena a parábola) comunica la sensibilidad hebrea del autor heredero de una espiritualidad autóctona y una clara conciencia política.

El lenguaje animal
Lejos de los seres humanos, los animales también hablan, pero con una lengua que "sólo tiene verbos, sustantivos e interjecciones", explica Nehi, el "raptor" que huyó un día del pueblo a causa de la reprobación y burla de la gente. Según este habitante del bosque, los animales salieron por su cuenta, pues no soportaron a esa gente acostumbrada a negar la realidad y admitir sólo sus propias creencias.

El bosque, principio de la fantasía, es un sitio que permite conocer la vida más allá del humano y lo complementa. Ahí es donde se descubre a los animales en su capacidad de convivencia y su lenguaje particular que, de algún modo, les permite a éstos renombrar y acompañar a los humanos en su soledad.

Lo que se ve y se pregunta
Como un fuerte cuestionamiento a la complicidad de una comarca, que cultiva "ideas venenosas" y define absolutos a través del empleo de la frase "todo el mundo...", el relato condena el silencio miedoso y la negación de las realidades invisibles, y su imposición desde la infancia.

Los exploradores del bosque, dos adolescentes llamados Mati y Maya, personifican la denuncia a la cerrazón social que castiga las preguntas sobre lo que hubo antes (otros seres vivos) y sobre lo que vendrá; que critica ácidamente a la mujer sabia (la maestra) y etiqueta automáticamente a los jóvenes que se acercan: "seguramente ya se vieron", sentencian.
Al final, la obra sintetiza una noción propia a un pueblo arraigado en la palabra, como lo es el pueblo hebreo: lo descubierto en el bosque, dialogan Mati y Maya, "debemos contárselo a todos". Una lección universal que llega a nuestros ojos a través de esta traducción literaria que, espero, no sea poco comentada.

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